A lo largo de la carrera, los estudiantes de medicina siguen un camino que les lleva del conocimiento teórico del ser humano al encuentro con la persona enferma. 

En segundo curso, dentro de Psicología Médica, exploran cómo funciona el sujeto normal: cómo pensamos, sentimos y nos relacionamos. Pero ese aprendizaje se amplía en las prácticas, donde descubren las alteraciones psicopatológicas. Es su primer contacto con el malestar psíquico y con la complejidad de lo humano. Comprenden que lo normal y lo patológico no están separados por una línea nítida, sino que forman parte de un mismo continuo. 

En cuarto curso, durante la asignatura de Psiquiatría, ese conocimiento se afianza. Aprenden a describir y a interpretar los síntomas, a relacionar los hallazgos con los distintos trastornos mentales y a mirar con una perspectiva clínica, sin perder la empatía que da sentido a su futura profesión. 

Finalmente, en sexto curso, llega el momento del rotatorio de Psiquiatría. Es el paso de la teoría a la práctica, del aula a la consulta. Allí ponen en juego lo aprendido, pero sobre todo aprenden a mirar y a escuchar. Descubren que cada paciente es más que un diagnóstico, y que el encuentro clínico es también un encuentro humano. 

Ese recorrido —del sujeto al paciente, del aula a la consulta— no solo forma médicos más competentes, sino también personas más sensibles ante la vulnerabilidad y la complejidad de la mente humana.